lunes, 23 de febrero de 2015

Pasado, presente y futuro.



“Temía no poder aferrarme al mástil antes de sucederse la tempestad.

Mi temor fue que mis brazos resbalaran por la húmeda madera, deslizándose mi cuerpo por la cubierta, observando a mis compañeros asegurando sus tristes vidas. En el momento en el cual mis apoyos se desplomaban, sentía un alivio. La alborotada vida, contra la tranquila muerte.
¿Sería acaso lo que buscaba? Caer por la borda  y naufragar por el bravo mar hasta hundirme en sus aguas. Inconscientemente, en mi psique, deseaba que así sucediese.

Llegaron las primeras ráfagas de viento, acompañadas de granos acuosos que golpeaban de manera extremadamente violenta contra mi rostro. Nunca había visto semejante fuerza de la naturaleza actuar contra mí. Allá, en el cielo, habría algún dios justiciero, sentenciándome por todos mis pecados.

El temporal transcurrió de manera acelerada y yo me afané en no soltarme del mástil. Mi subconsciente me repetía cada segundo de la tormenta que lo hiciese, que me dejase llevar por la mar para así tener un final trágico, pero digno para uno al servicio del ponto.

No tuve agallas para soltar el mástil enclavado en la cubierta, y no me arrepiento de ello.

En aquella época, no tenía nada por lo que luchar. Ahora tengo una familia y me gano el jornal en tierra firme. Mis reiteradas súplicas fueron escuchadas al fin. Es por esto, por lo que nunca te has de rendir, sea cual sea la situación en la que deambules.

El pasado se olvida relativamente rápido cuando hay un futuro que merece la pena vivir.”

domingo, 22 de febrero de 2015

Deseo y tragedia.


Imagínese una barcaza de salvamento, desamparada en el ancho de la mar, alejada de la costa en un caluroso mes de agosto. En ella, hallábase a dos individuos: ella con vestiduras blancas, y él con atuendo de color negro pantera; ambos con el ropaje húmedo y envestido de salitre.
Embarcados hace apenas unos minutos en un lujoso yate turístico. En él, encontrábamos cinco figuras del cine, de las cuales, una era dueña del yate; y otro tanto de personal que compartía lugar de trabajo.

Ocurrió un extraño y funesto suceso: El motor explosionó y la cubierta de la proa se elevó hasta despegarse y arrojar a aquellos cinco faranduleros que se encontraban en el jacuzzi a la mar, junto con varios de los operarios que en la sala de máquinas trabajaban y acabaron trágicamente calcinados por las llamas. En ese instante, el Capitán descansaba y el barco se hundió rápidamente sin ninguna oportunidad de poner en marcha el plan de salvamento. Él, sin faltar a su juramento como capitán, se hundió sin separarse de su tripulación.
El primer oficial de puente, junto con uno de los camareros del yate, desamarró un bote salvavidas y se echaron al agua antes de hundirse por completo el pequeño buque.

Observaron los cuerpos sin vida de aquellos que fueron lanzados al agua salada, y ahora posicionados de bruces sobre la superficie del mar yacían inmóviles.

Fue entonces, tras la asimilación de lo ocurrido, cuando ambos supervivientes se miraron el uno al otro y a pesar de la situación que les precedía, se enamoraron al instante.

Desconocían el motivo por el cual explotó el motor de la nave; no tenían recurso alguno para poder comunicarse con las unidades de salvamento; el sol calentaba con fuerza sus húmedas cabezas; y a pesar de todo aquello, ambos tenían una especial afección por esa precaria situación.

Ese cariño que sentía uno por el otro se propagó por toda la balsa pocas horas sucedido el accidente, inmolador de gentes.

Acaecieron los días y nadie llegaba en su auxilio. Él murió de deshidratación. Ella pudo narrar el suceso tras varios días delirando sola en la barca, hasta que un barco mercante avistó la barcaza y pudo ser rescatada.

El amor, sentimiento aleatorio, que surge en momentos enigmáticos de la vida y del cual, traslucen numerosas ideas, como en este caso, la fugacidad y el salvajismo.