La nave entró en el puerto de Bilbao una noche lluviosa,
pero como acostumbra el borrascoso clima del norte. La tripulación de aquella,
haría noche en la norteña villa.
En principio la rutina envolvía la marcha de los marineros,
que ahora ponían rumbo a una fría y oscura habitación de los alrededores de
aquél fondeadero. Desembarcaron por orden de lista, hasta que el capitán, un apuesto
ermitaño de los mares, culminó con la tediosa maniobra dando un pequeño salto
al llegar al extremo inferior de la rampa, e incorporándose al húmedo asfalto,
el cual hacía meses que no tenía la suerte de pisar.
De camino hacía el motel, en el transporte, los marineros
gimoteaban cansados tras el largo viaje, y el conductor del autocar conversaba
con el capitán sobre lo difícil que, a su parecer, debía de resultar a esos
pobres hombres la vida en la mar.
Al llegar a la modesta pensión, preguntaron al recepcionista
que en ese momento se encontraba detrás del mostrador principal, la duda que
asolaba a todo el pelotón de si cerca de allí habría una taberna donde poder
beber hasta caer extenuado. Cargaron con los macutos escaleras arriba y los
dejaron en las habitaciones. Prestos, bajaron y se dirigieron hacia la tasca,
que se encontraba en una calle paralela a la transeúnte morada.
El capitán se quedó en la habitación unos minutos más
aseando su frondosa barba, antes de reunirse con los suyos. No tardó apenas
unos treinta minutos, lo suficiente para que sus colegas de gremio ya
estuvieran sobradamente achispados.
De camino a la tasca pensó en dar media vuelta y volverse al
motel para ahorrarse el vergonzoso espectáculo, que seguro, andaban
administrando los suyos. Desvanecida esa idea, el capitán entró sin vacilaciones
al rodeo donde encontró además de a sus embriagados hombres, a una preciosa
mujer de cabello castaño y ojos pardos que apoyaba su codo derecho en el
extremo izquierdo de la barra. Sin duda, era la muchacha más guapa de todo el
norte.
Indeciso de si hablar con aquella muchacha que observaba con
miradas insignificantes a las burlas y llamadas de todo el pelotón, tenía dos
opciones:
Dirigirse a ella, o dejar, como otras muchas veces, que esa
chica se convirtiese en un recuerdo nublado en su mente.
¿Qué decisión tomará el capitán?